11 de juLio de 2024
Una barra de chocolate en el cajón del escritorio
Soy de esas personas que cree en la magia de las pequeñas cosas. La primera vez que guardé una barra de chocolate en mi escritorio fue por casualidad. Había pasado una mañana frenética, con correos acumulándose y una lista interminable de tareas. Mientras me dirigía al almuerzo, pasé por una tienda y vi mi chocolate favorito en oferta. Pensé: «¿Por qué no?» y compré uno.
De vuelta en la oficina, lo guardé en mi cajón sin pensarlo demasiado. Pasaron las horas y, como suele suceder, llegó la tarde. Ese momento crítico entre las 3 y las 4 de la tarde donde el cansancio empieza a ganar y la productividad comienza a disminuir. Fue entonces cuando recordé mi tesoro oculto.
Abrí el cajón, saqué la barra de chocolate y, con la primera mordida, sentí como si un rayo de energía me recorriera. No solo era el azúcar que despertaba mi cerebro adormecido, sino también el sabor familiar y reconfortante que me hizo sentir un poco más humana en medio del caos de la jornada laboral.
Desde ese día, mi barra de chocolate se convirtió en un ritual. Cada tarde, cuando el trabajo se volvía abrumador, sabía que tenía un pequeño refugio en mi cajón. No era solo un bocadillo, era una pausa, un momento para mí, una oportunidad para recargar energías y seguir adelante con un ánimo renovado.
El truco para elevar el ánimo está al chocolate de la esquina
Lo curioso es que este pequeño hábito no pasó desapercibido. Mis colegas empezaron a notar mi cambio de humor post-chocolate. Me preguntaban cuál era mi secreto para mantenerme tan animada a lo largo del día. Les revelé mi truco y, poco a poco, ver una barra de chocolate en los cajones de otros escritorios se convirtió en algo común en la oficina.
Incluso empezamos a intercambiar chocolates como si fueran cartas de motivación. Un compañero me dejó una nota diciendo: «Para esos días difíciles, aquí tienes un impulso extra». Otro me recomendó sabores que nunca había probado, convirtiendo el simple acto de comer chocolate en una pequeña aventura diaria.
Además, tener una barra de chocolate a mano también me ayudó a estrechar lazos con mis colegas. Compartir un pedazo durante una pausa se convirtió en un momento de conexión y camaradería, haciendo que el ambiente de trabajo fuera más agradable y colaborativo.
Así que, si me preguntan, siempre diré que tener una barra de chocolate en el cajón del escritorio es una de las mejores decisiones que he tomado. Es una pequeña indulgencia que me recuerda que, incluso en los días más agitados, hay un momento de dulzura esperando por mí. Así que adelante, prueben tener su propio arsenal de chocolate en el escritorio y descubran la magia por ustedes mismos.
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